QUO, Capítulo 1º

14.05.2012 10:16

 

La primera sospecha diagnóstica se hace siempre en casa 

 

De ahí la importancia de aprender y comprender la salud propia y de los que nos rodean, la de nuestros propios hijos y también la de nuestros padres. 

 

Es preciso, además de prudente y rentable, comprender la salud de la embarazada, los bebés, los niños, los púberes, los adolescentes, los adultos (hombre y mujer) y los ancianos…que no deja de ser conocer el cuidado doméstico de todas las etapas del ser humano. 

 

 

Los mecanismos curativos del propio organismo 

 

 

Al enfermar, cuando el organismo detecta cualquier tipo de alteración de su equilibrio, se ponen en marcha los mecanismos reparadores y curativos que la naturaleza tiene previstos para cada caso. 

 

Estos mecanismos son altamente eficaces, sutiles y sofisticados y su puesta en marcha es inevitable y automática.

 

Estas reacciones naturales se han ido desarrollando a lo largo de nuestra adaptación a la vida del planeta y existen en cada ser vivo desde la primera célula en el primer océano.

 

Podemos decir que gracias a ellos la vida se ha podido abrir paso.

 

La sabiduría de estos mecanismos está escrita y nos es dada a través del ADN, en el que se van grabando todos los logros conseguidos a lo largo de la evolución natural.

 

Estas respuestas desencadenadas por los distintas noxas que nos vienen a agredir, ya sean tóxicos, venenos, virus, bacterias, traumatismos, excesos o carencias, se manifiestan en forma de síntomas y signos que a menudo son molestos e incluso duros de sostener (como por ejemplo el dolor o la fiebre) pero que hay que saber entender para evitar suprimirlos sistemáticamente como si así fuéramos a hacer desaparecer la enfermedad. 

 

Lo cual dicho así no deja de parecer ingenuo pero es el criterio de abordaje más usado actualmente. 

 

Noxas: Tóxicos-venenos, Virus-Bacterias, Traumatismos, Excesos y Carencias. Todo esto genera desequilibrios en nuestra salud, y en consecuencia se producen las Respuestas Curativas.

 

Lo usual en la actualidad es creer que el diagnóstico se limita en conseguir para ese conjunto de alteraciones un nombre (o incluso un apellido) y así con el vademecum poder tener a mano el fármaco, o bien el cóctel de fármacos, correspondiente a esa enfermedad. 

 

La intervención médica hoy día, cuando hemos llegado a este punto, suele ser simplemente un dilema farmacológico entre dosis, sustancias o marcas. O bien se llega a la propuesta de una determinada intervención quirúrgica o trasplante. 

 

El restablecimiento, la regeneración, la reparación natural corrigiendo el desequilibrio que se ha perdido, incluso la mayor parte de la prevención…se dejan en manos de otro tipo de abordajes generalmente considerados “alternativos” o “paramédicos” e incluso extravagantes como si fuera una práctica de rango menor.

 

 

Sin embargo desde siempre los llamados padres de la Medicina han hecho por definir y dar prioridad a esta realidad tan contundente: 

 

 

- La VIS NATURAE MEDICATRIX, La fuerza curativa de la Naturaleza (HIPÓCRATES, siglo V a. de C.)

 

- La HOMEOSTASIS, Conjunto de fenómenos de autorregulación del medio interno. (CLAUDE BERNARD, S. XIX) 

 

Son aquellos mecanismos curativos que nuestra evolución y adaptación natural han ido perfeccionado desde el origen del ser humano y gracias a los cuales todavía existimos. Todo lo que nos ha permitido ser, a pesar de nuestra indiscutible debilidad, una de las especies más adaptables al planeta y a sus riesgos. 

 

 

Qué es salud y qué es enfermedad 

 

La salud es una cuestión de equilibrio.

 

Viene a ser una grande y compleja serie de reacciones en red. 

 

Actualmente es muy usado el término “bio-feedback” que nos habla de un tira y afloja, un “yin-yang” bioquímico, que propende a la auto-regulación. 

 

Así pues, como veníamos diciendo, los síntomas no son la enfermedad, son el producto de los esfuerzos del organismo por recuperar la salud. 

 

Son el resultado de estimular la Vis naturae medicatrix, de mantener la Homeostasis. 

 

 

Respeto a las reacciones naturales de nuestro organismo 

 

Cuando se usa el término Medicina Naturista o Natural, se hace referencia no tanto al origen de los remedios utilizados sino más bien al respeto de los mecanismos que la naturaleza del propio organismo tiene previstos para resolver los distintos desequilibrios o enfermedades. 

Es por ello significativo en la propuesta naturista el valor positivo que se da a los síntomas y signos, ya que serán ellos mismos la forma en que el organismo nos da sus mensajes.

 

El cuerpo nos habla con sus síntomas que nos van indicando lo que ocurre y lo que el cuerpo quiere hacer para recuperar el equilibrio y el bienestar perdido. 

 

Tendremos en cuenta que los llamados signos y síntomas, aunque provoquen disconfort, son la expresión de la reacción del organismo ante una determinada noxa y por tanto, trabajan a favor del restablecimiento. 

 

Como sabemos que cualquier ruptura del equilibrio dinámico que es la salud viene seguida de una compleja y certera serie de respuestas idóneas, en las que entran en juego, tanto el rango de la noxa, como el vigor del terreno donde se produce la lucha, nuestra intervención será más reparadora y profunda si lo hacemos colaborando con los síntomas y no en contra. 

 

Esto no quiere decir que en casa no vamos a usar nunca remedios supresores de los síntomas si con ello podemos hacer más llevadero un proceso cuyos síntomas, aunque curativos, son de una intensidad difícil de sostener en algunos momentos. 

 

La diferencia es usarlos como apoyo pero sabiendo lo que supone y lo que ocurrirá cuándo los usemos. 

 

La supresión de los síntomas puede llegar a ser tan espectacular que lleva a confundir con la curación. 

 

Sin embargo la supresión sistemática con fármacos puede ser nefasta para la curación real. A eso hemos de añadir los efectos secundarios indeseables y la toxicidad que son directamente proporcionales a la dosis y al tiempo y frecuencia de exposición a la sustancia extraña a nuestro organismo. 

 

 

 

Primum non nocere 

Nuestra a actuación debe, ante todo, no dañar.

 

En el caso del organismo infantil se extrema la necesidad de no dañar con nuestra actuación, pues un organismo en desarrollo es más vulnerable, puede quedar mermado en la calidad que alcance este desarrollo y por nuestra excesiva intervención, convertirse en un organismo más débil. 

El tratamiento de elección será, dentro de los que pueden llevar a la curación, no el más rápido, sino el más inocuo. 

Con todo ello vemos que el criterio con el que se aplica un tratamiento es más importante para la terapéutica naturista que el hecho de que los productos utilizados sean naturales o no. 

Así pues, como veníamos diciendo, los síntomas no son la enfermedad, son el producto de los esfuerzos del organismo por recuperar la salud. 

 

Por tanto: 

 

• Suprimir los síntomas no siempre es curar. 

• Los tratamientos de índole supresiva procuran un alivio sintomático pero también una inhibición de la respuesta curativa. 

 

 

Enfermedades infantiles habituales: 

¿procesos idóneos ? 

 

Prefiero utilizar el término proceso idóneo frente al de habitual porque aclara mejor lo que queremos transmitir. 

 

El hecho de que un proceso se dé con frecuencia no lo hace siempre ser considerado dentro de las enfermedades idóneas.

 

Se trata de procesos exonerativos (depurativos, como se dice en Naturismo), de actividad linfática y cuya intensidad y frecuencia no superen lo esperado para cada caso.

 

Pueden presentar fiebre e incluso concentraciones inflamatorias como fibrina y/o pus, adenopatías, pero estas eliminaciones siempre respetan las barreras naturales, sin violentarlas, no se complican y se resuelven en el tiempo mínimo descrito para cada proceso. Suponen un entrenamiento inmunitario

 

Por ejemplo, la frecuencia actual de bronquiolitis y bronquitis las hace habituales pero no las hace pertenecer a este grupo de procesos idóneos, porque la barrera de las amígdalas debe permanecer eficaz para ser considerado el proceso como entrenamiento inmunitario. 

 

La supuración que atraviesa la barrera del tímpano, además de extremadamente dolorosa, no se considera idónea a pesar de ser frecuente 

En los procesos idóneos, la convalecencia es corta y puede observarse cierto crecimiento o maduración en el niño con respecto a la etapa anterior a la enfermedad, en sentido físico o psíquico. 

 

Un niño sano no es aquél que jamás enferma sino el que únicamente presenta procesos de tipo idóneo y de frecuencia y duración razonables. 

 

Con este pensamiento entramos a destacar en la Medicina Naturista aplicada a la infancia, dos pilares fundamentales a considerar en nuestra actuación. 

 

 

La época de las infecciones 

 

Va desde el final de la lactancia hasta la segunda dentición. 

 

Es la época de los procesos o infecciones:

 

- respiratorias 

- digestivas 

- dermatológicas 

 

Uno de los conceptos más extendidos entre padres y pediatras que hace referencia al criterio naturista es aquél que acepta que: 

 

El sistema inmunitario se entrena.

 

Eso ocurre en los primeros años de vida y de todos es sabido que el niño inicia un período de catarros respiratorios y digestivos así como erupciones dermatológicas, junto a otras infecciones generalmente menores, que coinciden con la etapa de inicio escolar y viene a durar entre los dos y cuatro años, con cierto descenso en periodo estival. 

 

Sin embargo, hay que advertir que el aumento preocupante en la actualidad en frecuencia, intensidad de procesos catarrales en la etapa de guardería y pre-escolar, se está alejando cada vez más de lo idóneo.

 

Junto a otros factores como la alimentación infantil actual (artificial desde la etapa de lactancia), el abuso de medicamentos supresivos de síntomas (debido al excesivo miedo a las rápidas reacciones en el niño y a su fragilidad) y también la dificultad de atender al niño debido al imperativo laboral de los padres, se promueve la instauración del círculo vicioso: 

 

Infección > Supresión > Debilitamiento > Recaída > Infección (Generandose la Cronificación de los procesos)

 

 

Si el organismo no puede luchar adecuadamente no se entrena, si no sale crecido de la refriega, cada vez es más dependiente de la intervención externa. 

 

 

 

El poder curativo de la fiebre 

 

 

En la escala filogenética, la capacidad de auto-generar calor significa un logro biológico de rango superior en la respuesta de adaptación y defensa al medio. 

 

Por ello la respuesta febril frente a las agresiones que sufre el organismo, es una de las más valiosas reacciones que nos ha procurado de la selección natural.

 

Someterla a una supresión sistemática e indiscutible denota una lectura superficial de las capacidades de auto-curación del organismo y falta de comprensión de su sentido teleológico. 

 

La fiebre no es una enfermedad, es expresión de la intensidad con que el organismo responde ante la presencia y avance de los micro-organismos extraños a su sistema inmunitario. 

 

Y efectivamente, a pesar de nuestras poco claras intenciones con el uso y abuso de los antitérmicos, muy a menudo el organismo se resiste, lo que suele obligar a doblar la dosis o el número de sustancias. 

 

Ej.-El paracetamol o acetaminofeno, es una sustancia hoy en día muy controvertida, con un gran efecto hepatotóxico y con una importante casuística mortal de la que ya hemos sido advertidos y que se debería advertir a los usuarios. Debemos tratar de evitar el abuso innecesario y su utilización cotidiana como, por ejemplo, calmante local de las molestias de la erupción dentaria o de la inquietud, como viene ocurriendo. 

 

Se podría decir que la fiebre es uno de nuestros más sofisticados e inevitables mecanismo de defensa. Es un recurso certero, autónomo y penetrante. O sea, que por sí sola llega bien a cualquier tejido y en todos y cada uno promueve la respuesta apropiada, sin necesidad de sustancias extrañas al organismo y por tanto sin toxicidad. 

 

Durante la fiebre no sólo aumenta la temperatura en todos los órganos, sino que se producen grandes cambios circulatorios, aumenta la frecuencia cardiaca y respiratoria, lo que promueve la oxigenación de los tejidos. Por la misma razón, el catabolismo y la lipolisis aumentan para obtener energía, la transpiración colabora en la eliminación de las sustancias de estrés y suele haber sed pero no apetito, porque la actividad digestiva, que requiere gran desembolso de energía para realizar la transformación y asimilación, se pospone. Sustancias nutritivas, muy útiles en otros momentos, como la glucosa, puede frenar la actuación de los leucocitos. De hecho la incubación se acompaña de disminución del apetito y a menudo, el cuadro debuta con un vómito (para perder carga) justo al comienzo de la fiebre.

 

Durante la fiebre se presenta al mismo tiempo un deseo de quietud y reposo que favorece el ahorro energético a este nivel. 

Los grados que la fiebre alcanza no son directamente proporcionales a la gravedad de la enfermedad. 

 

Ej.- Una amigdalitis suele provocar fiebres muy altas, probablemente por ser la respuesta a un ataque del germen directamente al tejido linfático, primera barrera de defensa; y en cambio, una enfermedad más grave, en que se halle afectado el sistema nervioso central y por tanto pueda estar entorpecida la respuesta central y la termorregulación, podría presentar una fiebre moderada. 

 

De todos es sabido esto que acabamos de afirmar. Podríamos decir que es teóricamente indiscutible, pero la realidad es que en la práctica no se aplica este criterio. 

 

El médico actual recibe presiones sociales que le dificultan la serena apreciación del valor de la fiebre: protocolos a los que se ve obligado, temores por la falta de experiencia en esta práctica, riesgo de demanda legal y falta de entendimiento con los padres y colegas, actuaciones fugaces y con poco contacto ulterior con el enfermo, una tendencia actual a la medicina de impacto y apresurada debida a la incompatibilidad familia-trabajo. 

 

 

 

Los riesgos de la fiebre 

 

Cuando estudiamos a fondo los riesgos reales que la fiebre presenta nos encontramos con datos menores que no justifican suficientemente la supresión sistemática de nuestra más socorrida reacción de defensa. 

 

La fase febril óptima va desde los 38º-39´5º C., a partir de ahí puede ser más agotadora, pero sobre todo a lo que se teme es a las convulsiones febriles. 

 

Las convulsiones febriles benignas, si bien en nuestra actuación debemos hacer por evitarlas, en el caso de que se den, no se observan secuelas, podríamos decir que un cuadro de convulsiones febriles benignas es más dramático que agresivo, es decir, éstas no dañan al sistema nervioso y se dan en mayor proporción en las subidas o bajadas bruscas, que los propios antitérmicos provocan artificialmente, aumentando el número de ocasiones. 

 

En una enfermedad febril, lo que daña es el virus o bacteria si atraviesa las diferentes barreras defensivas, bien por su virulencia, bien porque las barreras no hayan funcionado. 

 

La repuesta febril es una de las mejores barreras, la barrera hemato-encefálica es otra, en ambas se han observado daños por el uso de sustancias medicamentosas como inhibidores de la respuesta inflamatoria y antibióticos. 

 

 

Los signos de gravedad 

 

Es importante en nuestra intervención tener en cuenta los verdaderos signos de gravedad que pueden darse en un proceso que cursa con fiebre, que nos obligan a tomar medidas más drásticas en nuestra intervención, cambiando la jerarquía de prioridad en la elección del tratamiento: 

 

signos de gravedad:

 

Una convulsión febril durante una fiebre moderada ( 38-38´50ºC ), 

 Un estado crepuscular con escasa reacción a estímulos, 

 Dolor fuerte, de cabeza o abdominal, que hace gritar, (salvo en las otitis ) 

 Palidez, frialdad, hipotensión, 

 Vómitos en escopetazo, vómitos incoercibles, 

 Dilatación de la pupila que se mantiene ante el estímulo de la luz, 

 Más de 72 horas de fiebre altísima, 

 Dolor en punta de costado, 

 Vientre en tabla, 

 Una disnea intensa que impide el normal movimiento, 

 Fiebre alta en agujas (posible pielonefritis), 

 Más de dos manchas, que pueden ser del tamaño de una cabeza de alfiler al principio, generalmente en abdomen o muslos, de color rojo oscuro y que no desaparecen a la vitropresión, (signo de coagulación intravascular diseminada, propia de sepsis meningocócica)... 

 

...son signos de gravedad y no tanto los grados que la fiebre alcanza en un proceso benigno. 

 

 

Por tanto: 

 

• Suprimir los síntomas no es siempre curar. 

• Los tratamientos de índole supresiva procuran un alivio sintomático pero también una inhibición de la respuesta curativa. 

 

Dra. Trinidad Ballester Monfort (Zen-tre.com)

—————

Volver


Crea una página web gratis Webnode